domingo, 28 de junio de 2009

Por el antiguo camino de encinas




La mujer de rasgos finos y firmes, sentada al centro de la mesa semicircular golpeó tres veces con el mallete que sostenía en su mano izquierda. El hombre de pie a su lado abrió un grueso libro de gastadas tapas y finas hojas de papel. El hombre a su derecha hizo un signo con las dos manos, mientras los ocupantes de aquella sala de grandes dimensiones giraban hacia la mujer que, en ese momento se ponía de pie.

Dijo algunas palabras en un idioma desconocido y el hombre a su derecha, sostuvo unas raras herramientas, mientras el semicírculo de hombres y mujeres enfrentaba la mesa que lucía extraños símbolos tallados sobre la madera de su cubierta frontal. Todas eran personas maduras y vestían ropas oscuras que parecían contrastar fuertemente con las túnicas que cubrían sus espaldas cayendo hasta el suelo.

El hombre de huesudo rostro y barba entrecana leyó un corto pasaje del libro que sostenía de manera extraña, con ambas manos cruzadas por debajo del atril que lo mantenía en ángulo sobre la cubierta de obsidiana negra de aquella especie de atrio.

Luego, todos se tomaron de las manos y quedó frente a la mujer que sostenía el mallete un hombre alto, de extraño mirar. Su pelo color ceniza parecía brillar a la luz de las velas en aquella estancia y las arrugas de su frente parecían aún más marcadas.

Has decidido partir -dijo la mujer- y sus largos dedos espatulados tocaron el rostro del hombre. Los largos cabellos que caían por sus hombros y espalda, cubrían la túnica hasta la cintura. Puedes hacerlo. Ahora mismo. Eres libre de irte y serás libre de volver. Eres nuestro y nosotros de ti. Todos somos uno y por eso nos duele tu partida, pero cada uno elige su camino y puede soñar su propio destino. Canta con nosotros y nosotros cantaremos contigo. Siempre.

Todos alzaron las manos y entonaron un cántico que parecía subir de las profundidades de la tierra y luego elevarse y salir de aquella estancia hacia lugares remotos. El hombre alto cantó con ellos y los miró por última vez. Vio su propio sueño en las miradas de los que dejaba y sus ojos sonrieron. La mujer a su lado soltó su mano y el hombre a su derecha también lo hizo.

Luego ellos volvieron a enlazarse y el hombre giró hacia las grandes puertas del salón. Las cruzó lentamente y salió hacia el campo frío. Caminó sin prisa hacia la carretera y no volvió la vista hacia la casona perdida en los cerros y el crepúsculo. Su figura se fue perdiendo en la lejanía, por el antiguo camino de encinas.




(De Momentos Mágicos)

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