viernes, 22 de mayo de 2009

Muñeca Brava.




Cerré los ojos y giré la llave de encendido. Los latidos del motor se confundieron con los de mi corazón, que golpeaba con fuerza.

El cuerpo de gata se arqueó sobre la ventanilla y los insolentes mechones rubios cayeron sobre su pecho.
¿Es en serio? Moduló lenta y tibiamente. Sentí su aliento cálido en mi oído. Un escalofrío me recorrió y no pude evitar pisar el acelerador. Los 207 caballos del motor o los pocos que quedaban vivos en realidad, se encabritaron y traspasaron su endemoniada vibración a la carrocería. Mis manos temblaron apoyadas en el volante.
¡Nada es lo que era! Pensé, mientras el asmático motor volvía a la calma.
Y la miré a los ojos en el mismo momento en que de sus ojos abiertos caía una lágrima que rodaba por su mejilla y resbalaba por las profundidades de su escote, para perderse quién sabe dónde.
¡No puedes irte! Volverás. Y me reiré en tu cara. No te lo perdonaré jamás, aunque te arrastres.
Ya no era la voz pastosa de siempre. Ahora tenía una inflexión distinta, una dureza de piedra, desconocida.
El olor de su cuerpo me envolvió como una serpiente.
Y vi por primera vez las nubes en la frente de aquel rostro, casi perfecto. Y la profundidad insondable de sus ojos felinos.
Una punzada en el costado me sacó del marasmo que me producía el sólo mirarla y al apoyar mi mano en el lugar donde sentí aquel repentino dolor, pude palpar el vacío mortal de mi billetera.
Eso terminó de decidirme.
Miré sus labios entreabiertos y la tentadora promesa de su carne generosa, ya casi con nostalgia.
Y partí.
El sol brillaba y la carretera se abría ante mí.
Me sentí seguro.
Con la seguridad absoluta del que no sabe adónde va.





(Fragmento De Tangos Para Una Despedida)

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